domingo, 1 de marzo de 2015

Revolución Social



Dicen los sindicalistas: La Revolución política está hecha; falta la Revolución social. En pugna con ellos, dicen, no obstante, lo mismo muchos socialistas y otros elementos, que para halagar a las masas se les aproximan
como esos feroces parlantes de hace unas noches en la plaza de toros. Dicen los comunistas: Negamos que la revolución política esté hecha. Esta y la revolución social sólo puede hacerla el Soviet.

Y unos y otros piden el desarme de la Policía y, por el contrario, el pertrecho de sus respectivos correligionarios, a quienes, todos de acuerdo, llaman “el Pueblo”, para hacer con toda prisa la revolución social, aplastando la libertad de los demás, que deben permanecer desarmados. De este procedimiento es también partidario algún ministro.

Nosotros somos asimismo entusiastas de la revolución social. Lo queremos declarar desde el principio. Estamos conforme con que hay que revolver muchas instituciones: volcar cabeza abajo en el campo de lo social innumerables abusos. Y estamos enamorados de cierta saludable violencia, por el convencimiento de que en otra forma se escurrirán siempre los espectadores y acabarán al final de cada prueba flotando sobre sus oprimidos con el nombre trocado y la casaca siempre nueva.

Hay que acabar, sí, con esos hijos y nietos favorecidos de la desamortización que no han tenido tiempo ni de recorrer sus inacabables fincas, mientras en el municipio donde radican otros pasan hambre. Hay que ahogar la cruel tiranía del propietario sobre el colono cuando aquél no hace otra cosa que chupar la sangre vertida sobre la tierra trabajada por éste, que paga cada vez mayores rentas y gana menos.

Debemos acorralar con un genuino movimiento revolucionario todas las formas de usura, incluso esa moderna que consiste en pagar al labrador por sus productos un mínimo bastante para que no muera y siga trabajando, pero insuficiente para que sostenga decorosamente a los hijos que da a la Patria y condenado a no mudar nunca de suerte. El campo debe echarse encima de los acaparadores Que hacen grandes fortunas con solo estudiar sobre la mesa del café el modo de tiranizar a los productores con la especulación: de los azucareros que ganan el 100 por 100 y zurcen el rostro del remolachero con desprecios inhumanos…: de los “trust” que gravitan con sus tarifas implacables sobre las rentas, cada vez más escuálidas, de los consumidores no acogidos a monopolio alguno…

Hay que redimir, en fin, al que trabaja y revolver violentamente si es preciso, como lo será, a la burguesía encastillada en sus numerosos feudos económicos.

Pedimos, pues, la revolución social para que todo hombre apto encuentre trabajo dignamente remunerado y para que nadie se vea privado de la posibilidad cierta de elevar su condición según sus méritos y para que el campo –que es España– sacuda las cadenas de la hegemonía burguesa. Pero si la revolución social es una necesidad y un grito de justicia, hay que defender ese movimiento sano y juvenil de las corrupciones traidoras que proceden de la democracia judaizante superburguesa, como de las máquinas internacionales con sello marxista, que descaracterizarían la genuina revolución hispánica para hacernos siervos de Moscú.

Revolución social, enérgica, urgente, a cargo de la juventud española, eso sí.
Pero con estas condiciones:

1ª Que no sirva para sustituir la hegemonía burguesa por la tiranía de una clase o un Sindicato. Es un crimen de lesa patria agitar la nación para mudar de despotismo.
2ª Que intervenga eficazmente el campo, porque sin la voz de la agricultura todo movimiento colectivo es una agresión al verdadero pueblo.
3ª Que presida esa obra de justicia social un superior anhelo hispánico, una idea nacional de unidad, como garantía de que la gran España sigue una ruta de encumbramiento y no es víctima de los tenebrosos proyectos que las fuerzas ocultas internacionales incuban para hundir a las naciones en la miseria consecuente a la lucha de clases.

Por Onésimo Redondo

Extraído por SDUI de: "Obras Completas"

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