lunes, 11 de mayo de 2015

Propósitos



He perdido un alma gemela que no existía, he perdido un hermano imaginario muy querido, he perdido la empuñadura de la espada de mis delirios.

No, jamás perdí nada, me lo arrebataron.
Me arrebataron el hambre, el sufrimiento y el llanto; me arrebataron una cálida tarde de otoño los matices del ideario que se apuesta conmigo las lunas que pasarán hasta que finalmente parta, hasta que pueda desaparecer.

Un filo atravesó nuestros flácidos y trémulos órganos sin vida ni llanto; un filo ardiente y gélido, tan ardientemente gélido como los profundos y sinuosos senderos de la cordura; fruto de tanta herida putrefacta en el corazón del ser, que observa con curiosa y dolorida atención los asquerosos páramos repletos de cadáveres sin ojos ni intestinos; sin sangre y sin furor.

Sentado en un trono de ambiciones y avaricias lloro; ¿Quién pudo hacerme tan repugnante regalo? ¿Quién de entre todos los desalmados que moran estas tierras pudo amar tan despreciable objeto? ¿Qué será de aquel que lo use creyendo hacer el bien?

Se cierne sobre nosotros la lluvia de nuestras propias flechas; indefensos, carentes de cualquier tipo de protección, desnudos ante nuestra propia calumnia nos resguardamos con los brazos y soltamos bufidos y alaridos, creyendo que tamaño espectáculo nos salvará.
Flechas caen, flechas arden; otras se astillan con la velocidad de la caída, unas pocas se clavan en el húmedo, descolorido y fangoso suelo que nosotros mismos pisamos con ligereza. El verdadero diluvio se avecina; gemidos, llantos, gritos y oraciones; flechas, fuego, muerte y pechos reventados; sangre, risas y alabanzas; muerte, muerte y nada más que muerte.

Sin embargo, quizás por mi pequeñez o mi falta de puntería, permanezco en pie, impasible, indefenso pero invulnerable, rodeado de ojos desorbitados que me observan celosos y asqueados, escupiendo una última flema sanguinolenta, portadora de malas noticias dicen, pues sus corazones dejaban de latir. Algunos me inquirían con la mirada; tristes, temblando y ardientes eran incapaces de comprender lo que ellos juzgaban que era 'simple fortuna, enorme pero fortuna al fin y al cabo'.

Pues bien, en mi inexistente burbuja de fortuna, rodeado por almas enfurecidas y sangrantes, cuerpos aún con cierto rigor nervioso devorados por los inmundos y satánicos buitres; me di cuenta que no era mi pequeñez ni mi falta de puntería lo que me hacía inalcanzable, sino los caminos que jamás había culminado, las vidas pendientes que tenía que vivir, las columnas y pilares de sabiduría que aun tenía que forjar; eran propósitos lo que me hacía inexpugnable, sencillos propósitos, deseos de vivir, justamente aquello de lo que este desgraciado, embarrado y triste mundo carece; firmes, justos y bellos propósitos por los que luchar, vencer y desfallecer; enflorecidos en mantos de honor y sabiduría.

Por Draco

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