martes, 12 de enero de 2016

La teoría del poder cultural de Gramsci



Por "sociedad civil" (termino ya usado por Hegel y, por cierto, criticado por Marx) Gramsci designa el conjunto del sector "privado"; es decir, el sistema de necesidades, la jurisdicción, la administración, las corporaciones, pero también los dominios intelectual, religioso y moral.

El gran error de los comunistas ha sido creer que el Estado se reduce a un simple aparato político. Pero, “el Estado organiza también el consentimiento”; es decir, dirige por medio de una ideología implícita, que reposa sobre los valores admitidos por la mayoría de los societarios. Este aparato "civil" comprende la cultura, las ideas, los modos, las tradiciones –e incluso el "sentido común".

En otras palabras, el Estado no es solamente un aparato coercitivo. Al lado de la dominación directa, del mando que ejerce por medio del poder político, también se beneficia, gracias a la actividad del poder cultural, de “una hegemonía ideológica, de la adhesión de los espíritus a una concepción del mundo que le consolida y le justifica” (cfr. la distinción hecha por Althusser entre el “aparato represivo del Estado” y los “aparatos ideológicos del Estado”).

Separándose aquí de Marx, que reduce la “sociedad civil” a la infraestructura económica Gramsci asegura (sin percibir todavía que la ideología también está ligada a las mentalidades; es decir, a la constitución mental de los pueblos) que es en la sociedad civil donde se elaboran y difunden las visiones del mundo, las filosofías, las religiones y todas las actividades intelectuales o espirituales, explícitas o implícitas, por medio de las cuales se forma y se perpetúa el consenso social. Por ello, reintegrando la sociedad civil al nivel de la superestructura y agregándole la ideología, de la que ella depende, Gramsci distingue, en Occidente, dos formas de superestructura: por una parte la sociedad civil, por la otra la sociedad política o el Estado propiamente dicho.

Mientras en Oriente el Estado lo es todo, en tanto la sociedad civil es “primitiva y gelatinosa”, en Occidente, los comunistas deben ser conscientes del hecho de que lo "civil" se ajusta a lo "político". Si Lenin, que ignoraba tal cosa, pudo acceder al poder, fue precisamente porque en Rusia la sociedad civil era prácticamente inexistente. En las sociedades desarrolladas, no es posible la toma del poder político sin la previa captura del poder cultural: “La toma del poder no se efectúa solamente por una insurrección política de asalto del Estado, sino, sobre todo, por un largo trabajo ideológico en la sociedad civil que permita preparar el terreno” (Hélène Védrine, Las filosofías de la historia, 1975). El "paso al socialismo" no pasa ni por el putsch ni por el enfrentamiento directo, sino por la subversión de los espíritus.

El premio de esta "guerra de posiciones": la cultura, que es el puesto de mando de los valores y las ideas.

Gramsci rechaza a la vez el leninismo clásico (teoría del enfrentamiento revolucionario), el revisionismo estaliniano (estrategia del Frente Popular) y las tesis de Kautsky (constitución de una vasta concentración obrera). El "trabajo de partido", pues, consistiría en reemplazar la “hegemonía de la cultura burguesa” por la “hegemonía cultural proletaria”. Conquistada por valores que ya no serán los suyos, la sociedad vacilará sobre sus bases. Y entonces será la hora de explotar la situación sobre el terreno político.

De ahí el rol designado a los intelectuales: “ganar la guerra de posiciones por la hegemonía cultural”. El intelectual es aquí definido por la función que ejerce frente a un tipo dado de sociedad o de producción. Escribe Gramsci: “Cada grupo social, nacido sobre el terreno original de una función esencial, en el mundo de la producción económica, crea al mismo tiempo que él, orgánicamente, una o varias capas de intelectuales, que le dan su homogeneidad y la conciencia de su propia función, no solamente en el dominio económico, sino también en los dominios social y político (Los intelectuales y la organización de la cultura).

A partir de esta definición (demasiado extensa), Gramsci distingue entre los intelectuales orgánicos, que aseguran la cohesión ideológica de un sistema, y los intelectuales tradicionales representantes de los antiguos estratos sociales que persisten a través de las relaciones de producción.

A partir de los intelectuales "orgánicos", Gramsci recrea el sujeto de la historia y de la política, el Nosotros organizador de los otros grupos sociales, por retomar la expresión de Henri Lefebvre (El fin de la historia, 1970). El sujeto ya no es Príncipe, ni el Estado, ni el Partido, sino la Vanguardia intelectual ligada a la clase obrera. Es ella quien, mediante un “trabajo de termita”, cumple una "función de clase" convirtiéndose en portavoz de los grupos representantes en las fuerzas de producción.

La Vanguardia intelectual es quien debe dar al proletariado la “homogeneidad ideológica” y la conciencia necesaria para asegurar su hegemonía –concepto que, en Gramsci, reemplaza y desborda al de "dictadura del proletariado" (en la medida en que desborda la política para englobar la ideología).

Por Alain de Benoist

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