jueves, 28 de abril de 2016

Gramscismo de derechas



Elemento  a  destacar  aquí,  recabado también  de  la  herencia  de  la  Nueva Derecha,  es  lo  que  ha  dado  en  denominarse como  “gramscismo  de  derecha”.  El  hecho de  que  a  la  cultura  se  le  haya  dado  tanta importancia  en  modo  tal  de  considerarla como  el  punto  de  referencia  para  la determinación  de  las  desigualdades,  hace también  que,  de  acuerdo  a  tal  escuela,  deba ser  en  su  seno  en  donde  se  tenga  que  dar  la batalla  principal.   

La  lucha  actual  para  tal  corriente  debe ser  principalmente  cultural  más  que política.  Se  considera  que,  más  que  intentar conquistar  el  Estado,  debe  conquistarse primero  la  sociedad,  pensando  aquí  que  la labor  debe  ser  parecida  a  la  que  la Ilustración  desarrolló  durante  el  siglo  XVIII para  demoler  al  Antiguo  Régimen.  Sin  la labor  de  la  misma,  manifiestan  los exponentes  de  tal  escuela,  la  Revolución Francesa  hubiera  sido  imposible.   

De  allí  la  valoración,  a  nuestro  entender sacada  de  contexto,  que  se  hace  de  la  figura de  Gramsci  como  representando  el arquetipo  del  combate  a  emprender  en  los tiempos  actuales.   

Sin  embargo  hay  que  resaltar  aquí  la existencia  de  un  problema  de  información pues  se  soslaya  el  hecho  de  que,  cuando Gramsci  formulaba  tal  táctica  de  lucha cultural,  lo  hacía  desde  la  cárcel,  es  decir, cuando  su  partido,  el  comunista,  estaba  en la  ilegalidad,  y  él  entonces,  ante  tal circunstancia,  sugería  actuar  disfrazados bajo  la  cobertura  de  instituciones  culturales y  sociales,  no  dando  así,  en  razón  de  una imposibilidad  de  hecho,  la  batalla  política.   

Este  caso  no  es  para  nada  el  nuestro pues  a  nosotros  la  lucha  política  no  nos  está vedada  en  manera  alguna;  simplemente  que no  la  practicamos  según  los  cánones vigentes  porque  la  consideramos  una  cosa estéril  e  inmoral.   

Por  otro  lado  consideramos  que  las circunstancias  actuales  no  son  las  mismas de  las  que  acontecían  en  las  épocas  previas a  la  Revolución  Francesa  en  donde  las  ideas podían  circular  libremente  si  eran difundidas  con  eficacia.  En  cambio  en  la actualidad  el  embotamiento  de  las conciencias,  operado  por  medios  masivos de  comunicación  como  la  televisión,  hace que  tal  libertad  que  existiera  aun  en  el Antiguo  Régimen  haya  sido  prácticamente suprimida.   

Por  lo  cual  centrar  el  eje  del  combate  al sistema  en  la  lucha  y  el  debate  cultural representa  algo  sumamente  estéril  e  incluso contraproducente  pues,  por  más  verdades que  nosotros  podamos  proyectar  y publicitar,  el  sistema  cuenta  con  medios poderosos  como  para  silenciarnos  o hacernos  pasar  desapercibidos  o,  cuando  les resulta  necesario,  hacernos  pasibles  de todos  los  ridículos  y  persecuciones imaginables.   

Se  soslaya  el  hecho  de  que  hoy  nos encontramos  con  una  opinión  pública modelada  por  la  propaganda  más  que  en cualquier  otro  tiempo  y  que  en  todo  caso una  acción  cultural  puede  dar  como resultado  únicamente  rescatar  algunas individualidades  escasas  de  esa  inmensa hoguera  de  conciencias  que  es  la modernidad.   

Las mayorías, a pesar del esclarecimiento  cultural  que  se  intente, siempre  nos  permanecerán  ajenas  y  nunca lograremos  obtener  trascendencia,  como por  otro  lado  no  la  ha  obtenido  en  su  país originario  la  ND  en  todos  estos  años,  a pesar  del  gran  talento  que  sin  lugar  a  dudas posee  el  Alain  de  Benoist.   

Digamos  pues  que,  si  comparaciones con  el  marxismo  es  lo  que  se  quiere  hacer, consideramos  más  apropiado  para  este tiempo  un  leninismo  de  derecha,  antes  que un  gramscismo  de  derecha.  Es  decir,  que estamos  convencidos  de  que  solamente  a través  de  la  conquista  del  Estado  será posible  transformar  la  cultura  y  la  sociedad y no a la inversa tal como se propone. 

Por Marcos Ghio

Extraído por SDUI de: Revista Elementos N°40 Gramsci

domingo, 24 de abril de 2016

Rescatar a Don Quijote



Triste Día del Libro, triste conmemoración del IV Centenario de la muerte de Cervantes, el Príncipe de los Ingenios. Una jornada que debiera ser de júbilo y celebración en España y a lo ancho del mundo hispano, ese que tanto le debe a las nobles letras del escritor alcalaíno. Pese a la importancia que posee Cervantes en el arte de la literatura, y más en una fecha de tal envergadura como  el cuadringentésimo aniversario de su fallecimiento, los paupérrimos homenajes que se han realizado en honor a su figura deben de hacer reflexionar a aquellos que les duelen España y su deriva actual, marcada por la miseria moral y la pobreza intelectual.

Deriva triste, pues que una fecha como esta haya sido recibida casi con tan poca alegría y solemnidad refleja una vez más que España como comunidad popular enraizada en una cultura fecunda y firme ha muerto. Cervantes es para la mayoría de los españoles un personaje propio de un pasado remoto, un escritor que no interesa y que nada puede aportar a nuestra sociedad. Una momia que algunos pretenden resucitar con falsas loas y aplausos hipócritas y despreciables. No hay nada más bochornoso que ver cómo en este día señalado muchas de estas gentes que desprecian a Cervantes han tenido la desfachatez de fotografiarse junto a su magna obra, El Quijote, para aparentar cierto interés delante de ese público que ni ha leído ni quiere leer alguna página del alcalaíno. Es el Quijote la obra alabada por todos y leído por ninguno, dato que muestra la mediocridad en la que la sociedad española se encuentra hoy. 

España sufre de parálisis mental e intelectual, tal y como señalaba agudamente Ramiro de Maeztu en 1897, y parece que no quiere librarse de tal gravísima enfermedad. La zafiedad es quien rige el Reino e impone sus normas, despreciando a aquellos que pretenden escapar del surco soez que marcan las grandes tendencias, los medios de comunicación y hasta unas instituciones públicas podridas de raíz. En un país donde cada día que pasa cierra una librería y en el que la lectura ha pasado a ser un hábito propio de viejos es natural y hasta razonable que la figura de Cervantes pase desapercibida, pues es una figura molesta si se analiza en profundidad. Un hombre que como Cervantes dedicó su vida a las letras y a la búsqueda incansable de la belleza y de la virtud, un hombre que no dudó en servir a España en la lucha contra el gigante turco y que perdió una mano en defensa de la Patria no puede ser bien acogido en una España infeliz, que reniega y escupe sobre sus raíces a la vez que se entrega a las tendencias hedonistas y consumistas imperantes en el Capitalismo Post-Modernista. Es por ello que resulta natural que en estos días se le rinda “homenaje” de forma vacua e insulsa, llegándose a recuperar las viejas difamaciones que muestran al gran Príncipe de los Ingenios como un converso, alguien ajeno a la esencia hispánica, algo que sirve claramente a intereses espurios cuyo objetivo es mermar la poca conciencia nacional que queda en España.

¿Qué podemos hacer frente a tal desolador panorama? ¿Tiene posibilidad la juventud española de rebelarse ante los males que envenenan y corroen España?  Hay un camino, ese que marcó hace décadas otro Quijote del hispanismo como fue Don Miguel de Unamuno, alma vigorosa y celebro luminoso al servicio de la Patria. Debemos de emprender la Cruzada que recupere el sepulcro de Don Quijote de las manos de los pérfidos, los cobardes, los necios y los envenenadores. Nuestro deber es imbuirnos en la esencia hispánica, armarnos con sus afilados valores y cargar contra aquellos que han secuestrado a la Patria. Arrodillarnos ante el noble sepulcro del ilustre hidalgo y lanzarnos a la lucha contra sus enemigos, desfaciendo entuertos y arrollando a todos aquellos que han convertido el solar hispano en un cortijo vulgar, pobre e infecundo. Recuperar el ser hispánico que encarnaba Don Quijote es el deber de nuestra juventud, pues como Don Miguel nos enseñó: “Allí donde está el sepulcro, allí está la cuna, allí está el nido. Y de allí volverá a surgir la estrella refulgente y sonora, camino del cielo.”

Por Dardo

viernes, 22 de abril de 2016

El fascismo nace a la izquierda



Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra de Zeev Sternhell y sus colaboradores (El nacimiento de la ideología fascista) ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.
Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y last but not least, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son Maurice Barrès et le nationalisme françaisLa droite revolutionarie: les origines françaises du fascisme y Ni droite ni gauche, l’ideologie fasciste en France), el profesor no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.
¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual; es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de entrada, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacionalsocialismo (Sternhell dice “nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacionalsocialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos). El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrès, la “sangre y suelo” del nacionalsocialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacherde Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de “tribal” es “gentil”)
El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en consciencia, tácticamente, el orden establecido. Más una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este. Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economía de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones sobre la violencia”. Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes. Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción. Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades” (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.
Tal es la tesis fundamental de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología fascista”, el capítulo está dedicado al análisis de la obra de Sorel: tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituido una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado. El autor de “Reflexiones sobre la violencia”, de “Las ilusiones del progreso”, de “Materiales de una teoría del proletariado”, etc., se sublevaba contra el marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una “transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.
En un contexto social en el que los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de edición de “Reflexiones sobre la violencia”, es también en Francia el del record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los acontecimientos. Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen movilizadora y fuente de energías. Con fervor análogo al de las órdenes religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito, se lanzarán a la lucha contra el orden burgués. Así, a la mentalidad racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso. Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y, contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas históricas, las grandes virtudes humanas: heroísmo, ascetismo, espíritu de sacrificio.
Sorel ve en la violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la lucha, la guerra por causas altruistas, permite al hombre alcanzar lo sublime. La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia dela civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar a los discípulos de Sorel reunidos con los nacionalistas de Charles Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran socialista francés anterior a Marx. Tampoco será extraño que en sus últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin”, anhelando ver la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.
La síntesis nacional y social
Estos discípulos son también estudiados por Sternhell. Son los “revisionistas revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano (futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los años previos a 1914. Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste”, hombre de lucha al interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento de la Declaración de Derechos del Hombre). Ante la colaboración sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de “Plans”, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista –en ella colaborarán nada menos que Marinetti y Le Corbusier-y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de trabajo del régimen de Vichy. Trayectorias en apariencia confusas pero que revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su obra maestra “Los partidos políticos”, anuncia el fracaso del SPD, el partido de Engels, Kautsky, Bernstein y Rosa Luxemburg. Michels observará también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser independiente del proletariado. El ideal sindical no implica forzosamente la abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth, quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la “nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914, recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más extremo, ni siquiera el antisemitismo”. Ni la concepción de un Estado autoritario y guerrero.
Sin embargo, en general, los revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo revolucionario en Italia. Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del partido socialista; con Enrico Leone y Paolo Orano llevan adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedro del sur campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate. De Sorel toman esencialmente el imperativo ético y el mito dela huelga general revolucionaria. La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907 y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana) , que llegará a contar con 100.000 miembros en 1913. A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan periódicos y revistas. Labriola y Leone emprenden la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor, siguiendo al economicista austríaco Böhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder, el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de “productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase “parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción. Por fin la tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-;otros (Labriola, Olivetti, Orano)están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de heroísmo)como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al liberalismo político. Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia, están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución…ya no serán más ideas contradictorias
Hacia el final de la guerra el sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo, en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones internas: desde 1917 De Ambris ha lanzado la consigna “Tierra de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirige ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y estimular la producción.
El “productivismo” es uno de los factores que lleva a los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios capaces de producir el derecho a usarlos medios de producción, son, por otra parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzio en 1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del comandante Gabriele D’Annunzio en Fiume (1920-21). De Ambris participa en la redacción de la “Carta del Carnaro”, ese fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que, en consecuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.
En estas luchas de la inmediata postguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas. Pero la toma del poder por el fascismo derivará en la disolución del sindicalismo revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición; el primero terminará por exiliarse. Labriola también partirá hacia el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo. En cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri que organiza la Marcha sobre Roma, Panunzio se presenta junto a Gentile como uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras que Michels, antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa, se inscribe como afiliado en el PNF.
La encrucijada mussoliniana
Señala Sternhell que siempre se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático, pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el respeto de hombres como Marinetti, el fundador del futurismo, Michels, el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia política, o a un Croce, representante oficioso de la cultura italiana frente al fascismo. Y Mussolini es toda una evolución intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera la coyuntura de postguerra. Mussolini es ante todo el militante socialista, incluso como líder de los fascistas. De joven se tiene evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y, sobretodo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha leído tempranamente en Suiza). El joven socialista se sitúa pues en la órbita del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el instrumento revolucionario.
El joven Mussolini es el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!”, el líder indiscutido de toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte critico de la ortodoxia marxista. Mussolin publica desde las páginas de Avanti!” su profunda decepción acerca de la aptitud dela clase obrera para “modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”. A finales de 1913 Mussolini lanza la revista “Utopia”, con la intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht; futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo como su viejo maestro Labriola. En junio de 1914 Mussolini cree llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana Rossa”, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la entrada de Italia en la guerra.
Sternhell señala que el nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la derecha. Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra. Mussolini no renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación”, escribe en 1917. Y no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917: ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición de la producción… Los Fasci Italiano di Combattimento, fundados en marzo de 1919 recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas ,confiscación de las ganancias de guerra…). Pero con el biennio rosso las filas fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de jóvenes oficiales desmovilizados. El Partido Nacional Fascista, organizado como tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos “Fasci”:”Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así, en la perspectiva de Sternhell, la captura delpoder por el jefe fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es la simpatía de una amplia parte de la masa política, de los medios intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su voto de confianza al primer ministro cuando el caso Mateotti puso en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.
La idea de Estado, que parece ser sólo característica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que toda la ideología fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La acción política de Mussolini no es el resultado de un pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin”. El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación, afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario. El fascismo en el poder, en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin? ”Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está de los fundamentos del marxismo.
El secreto encanto del Fascismo
Como conclusión, Sternhell da una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas han dado justos la batalla por el “intervencionismo”, y Marinetti es uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo: curar a Italia y a Inglaterra de su languidez”. De Pound se conoce de sobra su opción política. Sternhell destaca también el papel de Thomas Edward Hulme, anti romántico, anti demócrata en política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de irrealidad”. Hulme es pues, para el autor, un representante de esa rebelión cultural que brota por doquier, anti racionalista, anti utilitarista, anti hedonista, antiliberal, clasicista y nacionalista y que precede a la rebelión política.
Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilógico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social”. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.
¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización bajamente materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía. El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción. El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna”. Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. El fascismo vino aprobar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en Alemania en la misma época.
Estos valores presentes en el fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como un “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…
Así, “El nacimiento de la ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacionalsocialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacionalsocialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.
El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.
Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.
Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por lo violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma”. La cuestión sería si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.”

Por Erwin Robertson

domingo, 17 de abril de 2016

Nietzsche y los judíos



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        [...]
        Los judíos son el pueblo más notable de la historia universal, ya que, enfrentados al problema del ser o no ser, han preferido, con una conciencia absolutamente inquietante, el ser a cualquier precio: ese precio fue la falsificación radical de toda naturalidad, de toda realidad, tanto del mundo interior como del mundo exterior entero. Los judíos trazaron sus límites frente a todas las condiciones en que hasta ahora le ha sido posible, le ha sido lícito a un pueblo vivir; crearon, sacándolo de sí mismos, un concepto antitético de las condiciones naturales, — ellos han vuelto del revés sucesivamente, y de una manera incurable, la religión, el culto, la moral, la historia, la psicología, convirtiendo esas cosas en la contradicción respecto a sus valores naturales. […]. Los judíos son, justo por eso, el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto posterior han falseado la humanidad.
        
        En mi Genealogía de la moral he expuesto por vez primera, psicológicamente, el concepto antitético de una moral aristocrática y de una moral de ressentiment, surgida ésta última de un no a la primera: y ésto es íntegra y totalmente la moral judeocristiana. Para poder decir no a todo lo que representa en la tierra el movimiento ascendente de la vida, la buena constitución, el poder, la belleza, la afirmación de sí mismo, para poder hacer éso, el instinto, convertido en genio, del resentimiento tuvo que inventarse aquí otro mundo, desde el cual aquella afirmación de la vida aparecía como el mal, como lo reprobable en sí. Calculadas las cosas psicológicamente, el pueblo judío aparece como un pueblo dotado de la más tenaz de las vitalidades, como un pueblo que, situado en condiciones imposibles, toma voluntariamente partido, desde la más honda listeza de la autoconservación, por todos los instintos de décadence, — no como dominado por ellos, sino porque en ellos adivinó un poder con el cual es posible oponerse contra «el mundo».
        Los judíos son lo contrario de todos los décadents: han tenido que representar el papel de éstos hasta producir la ilusión de que lo eran, han sabido colocarse, con un non plus ultra de genio teatral, a la cabeza de todos los movimientos de décadence, para convertirlos en algo más fuerte de todo partido de la vida que diga sí. Para la especie de hombre, una especie sacerdotal, que en el judaísmo […] ansía el poder, la décadence no es más que un medio: esa especie de hombre tiene un interés vital en poner enferma a la humanidad y en volver del revés, en un sentido peligroso para la vida y calumniador del mundo, los conceptos «bueno» y «malvado», «verdadero» y «falso».—
        25
        La historia de Israel no tiene precio como historia típica de toda desnaturalización de los valores: […].

Por Friederich Nietzsche

Extraído por SDUI de: El Anticristo

jueves, 14 de abril de 2016

La proclamación de la República



Una fase de la revolución española. Muy pronto llegarán los minutos decisivos del porvenir hispánico. ¡¡Españoles!! ¡¡Alerta!! 

Ante la República 

No necesitamos violentar lo más mínimo nuestras ideas ni rectificar el programa político y social que defendemos para dedicar un elogio y un aplauso al régimen republicano. LA CONQUISTA DEL ESTADO lleva publicados cinco números. Su íntegro bagaje ideológico y táctico se nutre de aspiraciones muy distintas a esas que quedan enmarcadas en una forma de gobierno. La voluntad del pueblo español se ha decidido de un modo magnífico y vigoroso por la República, y nosotros, férvidos exaltados de la energía nacional, hispánica, celebramos su disciplinado triunfo. ¡Viva la República! Nunca hemos creído subversivo este grito, que hoy es y representa el clamor entusiasta de los españoles. Todos cuantos estiman que la emoción primera de las luchas políticas es la voluntad del pueblo, deben hoy acatar sin reservas a la República. Así lo hacemos nosotros, con la indicación incluso de que en esta hora la defensa de la República es la defensa nacional.

Ahora bien, los entusiasmos primeros, los saludos y los vítores, van a tener una fugaz y rapidísima vigencia. Serán suplantados por la enérgica decisión de que el Estado republicano naciente sea un producto de la misma entraña hispánica, leal a los afanes de nuestro pueblo, y concentre las auténticas eficacias, que son las de índole social y económica.

Dentro de la República, iniciaremos en la vida española las propagandas de responsabilidad nacional y de lealtad suprema a los imperativos de nuestro pueblo. Y, además, la estructuración económica que nos distingue: sindicación obligatoria de las industrias, control por el Estado hispánico de las economías privadas y entrega de tierra a los campesinos.

La República llega rodeada de alientos liberales. Con más de un siglo de retraso; el pueblo exalta hoy mitos ineficaces, y hemos de impedir que se le hurten las verdaderas conquistas de esta época. Nada de estancarse en la fase mediocre de una socialdemocracia más. Nada de pelea ante enemigos inexistentes. Y sí, en cambio, enderezar el coraje a los objetivos grandiosos: el poderío hispánico, la justicia social y económica.

La República naciente hará posibles las batallas actuales. ¡Nadie nos niega hoy la libertad, camaradas! Hacen falta, pues, otros gritos y otros disparos más certeros. Ha triunfado en España la fase liberal de la Historia, y bien está ahí, abriendo los caminos nuevos. ¡Que la parada sea de muy pocos minutos! Otros pueblos vienen ya de regreso, y conseguirán las primicias de nuestra época. Que es, digámoslo claro, antiliberal, antiburguesa.

¿Cómo será el Estado republicano? 

Las propagandas políticas que han traído y logrado el triunfo de la República son, no hay que olvidarlo, de tipo burgués y liberal. Cabe, pues, presumir qué clase de Estado será el primero que estructure la República. El Gobierno provisional y sus altos cargos están ocupados lógicamente por los hombres que en la última época española defendieron los ideales de libertad. Es natural y legítimo que así sea. ¿Elaborarán ellos el Estado según ese anacrónico criterio?... Este es el enigma.

Nosotros estaremos enfrente de esa tendencia republicana liberalizante y socialdemócrata. Propugnamos el Estado colectivista, sindical, a base de la suplantación de los derechos del individuo por los derechos del Estado hispánico. Un derecho de esos es el de la propiedad. Otro es el derecho de la disidencia frente al Estado. Nosotros negamos los derechos de ese carácter, y quisiéramos que el Estado triunfante en la República fuese un Estado robusto y poderoso, indiscutible y eficaz, que iniciase las grandes marchas hispánicas.

El pueblo debe reclamar satisfacción inmediata a las exigencias de tipo económico. El Estado liberal burgués entrega a la arbitrariedad individual el control de la riqueza, y es preciso supeditarla a los intereses colectivos.

Nosotros estaremos en nuestro puesto para defender el derecho que tiene el pueblo a que no se realice el fraude revolucionario. Hay que ir adelante, sin detenerse, y apurar las conquistas.

Por Ramiro Ledesma Ramos

Extraído por SDUI de: La Conquista del Estado. Número 6 (18 de Abril de 1931)

miércoles, 6 de abril de 2016

El germen de la posmodernidad



"Ni izquierdas, ni derechas", "unidad de destino en lo universal", "social y nacional" o "0% racismo, 100% identidad" son los tópicos que en la mal llamada terceraposición abundan.

Tras mayo del 68, el mundo occidental entró de lleno en lo que ha venido a llamarse la posmodernidad. Vacío ideológico e indefinición, hedonismo abrumador, relativismo de todo tipo -cultural, moral etc.-, eclecticismo ridículo y falta de comropomiso social son, a grandes rasgos, las características de la posmodernidad.

Y ésta -la posmodernidad- como no podía ser de otra forma acabó afectando, además de a los revisionismos pequeñoburgueses comunistas y anarquistas, a la terceraposición.

Se me lanzarán muchos al cuello por lo que diré a continuación, pero me arriesgaré.

Analizaré, aunque sea de forma esquemática, las frases-tópico más utilizadas por los tercerposicionistas -tercerposicionistas en qué nos preguntamos algunos, ya que muchos son, fraseología biensonante aparte, la muy bien conocida derecha reaccionaria fascistizada-.

- Que a estas alturas de la película sigamos pensando que lo de "ni izquierdas ni derechas" convence alguien es cuanto menos, irrisorio. Lejos estoy yo de calificarme a gusto entre las derechas o izquierdas -medio parafraseando a Ramiro Ledesma- pero el hecho es que atendemos a una fase tan avanzada del capitalismo globalista, el cual extiende sus tentáculos de poder por todos los rincones de nuestras vidas, que sólo tiene sentido declararse antisistema y actuar como tal(1). Y si para ello, tenemos que aliarnos con la izquierda -la de verdad, la de Zizek- o con la nueva derecha, pues a ello.

-En cuanto a la ya más que manida -muy a mi pesar- frase, por no decir eslogan, de "unidad de destino en lo universal", el problema no es que ese concepto joseantoniano de Patria sea equivocado -todo lo contrario- sino que está ya tan manoseado que ha perdido toda la profundidad que lo acompañaba. Esto viene provocado por el desgraciado uso que se ha dado al pensamiento, más que profundo, de José Antonio Primo de Rivera, que ha quedado reducido a un par de frases biensonantes. La posmodernidad ha hecho de uno de los pensamientos más peculiares y revolucionarios un mero diván de versos poéticos.(2)

-Para acabar, y no por falta de ridículos aforismos, el conocido "0%racismo, 100% identidad". Entiendo la utilidad de frases y mitos movilizadores a la hora de construir un movimiento social -¿alguno lo pretende de verdad?- pero éste, salvo contadas excepciones, es sólo el pretexto bajo el que se escuda una piara de racistas supremacistas autodenominados "políticamente incorrectos" con miedo a aceptar lo que son. O eso, o son lo bastante estúpidos para creerse estas palabras. Porque digámoslo, que esto lo diga un miembro de Casa Pound tiene cierta credibilidad pero que lo diga alguien que lleva una esvástica tatuada, por poner un ejemplo, no tiene credibilidad alguna.

Este germen de la posmodernidad, como he dicho anteriormente, no está sólo presente en el tercerposicionismo, sino también, y quizá más aún, en las corrientes teóricamente comunistas y anarquistas.

Así, vemos en movilizaciones sociales como las recientes de la "Nuit Deboutpancartas en las que se apreciaban mensajes como: "Ni capitalistas, ni anticapitalistas. Ciudadanos".

Abundan, por desgracia, movilizaciones y reivindicaciones pequeñoburguesas que lo último que hacen es hacer temblar los pilares del sistema.

Con todo esto no pretendo desprestigiar a nadie, sólo hacer ver que si llevamos decenios sin comernos un rosco no es exclusivamente por las trabas que el sistema nos pone.

Este es un ejercicio de (auto)crítica. Sólo a través de ella podremos alcanzar nuestros objetivos.

Por Mario Montero


Notas:

(1) Siguiendo un poco la línea de Eduard Limonov, que decía: «Ya no hay derechas o izquierdas. Ahora sólo está el sistema y los que están contra el sistema».

(2) Para profundizar más en el asunto, un artículo titulado El concepto joseantoniano de Patria del "Equipo Barcino": http://www.plataforma2003.org/esverano03/concepto_patria.htm http://www.plataforma2003.org/esverano03/concepto_patria.htm